sábado, 16 de marzo de 2013 | By: Paco Lainez

Traen los amaneceres

Traen los amaneceres

unas madrugadas de amor

agarrado a tus caderas,

unas noches de plenilunio

con aromas a primavera.

Traen los amaneceres

 un aromático despertar

a salobre brisa marina,

suaves restos del aroma

de las noches de azahar

y luz de auroras ambarinas.

Traen los amaneceres

un susurro calmo, ebrio,

de volcánicos placeres,

instantes que exudan

las pieles satisfechas

de amadas y amantes.
Traen los amaneceres

el desgarro dolorido

por el deseo lacerados

de unos labios deseados

como tizones ardientes.

Traen los amaneceres

fragancias del registro

de oscuros humedales,

de búsquedas infinitas

en recónditas cavernas.
Traen los amaneceres

una placidez silente,

unas varadas serenas

en la rada de tu vientre,

ese estar uncido al yugo

como un bajel al noray,

como un reo sometido

preso a perpetuidad,

encadenado exultante

a las pétreas columnas

esbeltas de tus piernas.

Traen los amaneceres

un cabalgar desbocado,

un galope encabritado

de cinturas y de senos,

jadeantes, convulsos

como arenosas dunas

oscilantes, movedizas.
Traen los amaneceres

suspendidas en el aire

reverberaciones de risas

de dos amantes traviesos

cortejándose en el lecho,

desenfrenados jadeos

de sus eróticos juegos,

leve instante de calma

después de la batalla,

una eufórica bonanza

de placeres satisfechos.

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